Título original: Imitation of Life
Año:1959
Duración: 124 min.
País: Estados Unidos
Director: Douglas Sirk
Guión: Eleanore Griffin & Allan Scott (Novela: Fannie Hurst)
Música: Frank Skinner
Fotografía: Russell Metty
Reparto: Lana Turner, John Gavin, Susan Kohner, Sandra Dee, Dan O’Herlihy, Robert Alda,Juanita Moore, Mahalia Jackson, Terry Burnham, Karin Dicker, Troy Donahue
Productora: Universal Pictures
Género: Drama | Melodrama. Remake
Sinopsis
Lora Meredith (Lana Turner), una actriz viuda en paro, vive con su hija adolescente (Sandra Dee) en Nueva York. Un día, conoce por casualidad a Annie, una mujer de raza negra (Juanita Moore), y a su hija, que es mulata. Las dos acaban trabajando para ella. Ese mismo día conoce también a Steve (John Gavin), un fotógrafo que se enamora de ella. (FILMAFFINITY).
Comentario
Probablemente este clasicazo en toda regla suponga la cumbre –y tiene unas cuantas aspirantes a ello- del maestro del melodrama Douglas Sirk. Un Sirk volcánico, desmelenado y contenido a la vez, en estado puro. Aunque prácticamente me encantan todos, hasta los más “alimenticios”, tal vez actualmente resulte mi trabajo suyo favorito junto a TIEMPO DE AMAR, TIEMPO DE MORIR.
Especialista en volver a adaptar obras de un ilustre antecesor, John M. Stahl, cuya filmografía se desenvolvería casi exclusivamente durante la década de los 30 y 40, alcanzando la perfección con uno de sus epígonos en 1945, ¡QUÉ EL CIELO LA JUZGUE! (otro título imprescindible del género), volvió a adaptar una obra ya filmada por éste, IMITACIÓN DE LA VIDA. El cambio de preposición “de” por “a” es una licencia otorgada por la titulación española. A su vez, procedentes ambas de una popular y lacrimógena novela de Fannie Hurst.
Con este hito, con este memorable exponente, pondría fin a su brillantísima carrera en ese Hollywood que acabaría potenciando las virtudes de su refinado, envolvente, distinguido y emotivo estilo, con ese sentido del tempo para el “mélo” y el “drama” personalísimo. El único que ha logrado capturar buena parte del mismo sería el Todd Haynes de la exquisita, clásica y revisionista por igual LEJOS DEL CIELO, con una espléndida Julianne Moore… en clara alusión a esos dos filmes que realizara con Jane Wyman y Rock Hudson, OBSESIÓN y SÓLO EL CIELO LO SABE.
Respecto a esa primera versión, protagonizada por Claudette Colbert, cambia la profesión por la que el principal personaje femenino, en ésta otra encarnado por Lana Turner, adquiere notoriedad, pasando de empresaria gastronómica a famosa actriz.
Para el anecdotario queda algo que dio mucho que hablar en el ambiente cinematográfico y también de cotilleo de la época. El millón de dólares que costó el glamouroso vestuario lucido por una esplendorosa Turner, para más gloria bellamente fotografiada en color por el gran maestro de las tonalidades ocres, otoñales e intensas Russell Metty. Tanto ésta como su ambientación destilan un mimo pictórico de tan elevados quilates como sus elegantes títulos de crédito.
La célebre Milady de LOS TRES MOSQUETEROS o la estrella de CAUTIVOS DEL MAL estuvo arropada por el apuesto y guapetón John Gavin, futuro embajador mejicano con la Administración Reagan y con quien el director había alcanzado lo sublime en la citada TIEMPO DE AMAR…, una juvenil y radiante Sandra Dee, icono adolescente de la época, y unas conmovedoras Juanita Moore y Susan Kohner.
Estas dos últimas merecidamente nominadas al Oscar como mejor actriz secundaria en los roles de, respectivamente, madre e hija afroamericanas. Su conflicto interno, más bien el de la segunda consigo misma, con su no aceptación, acaban desencadenando los aspectos más dolorosos del asunto y poniendo un nudo en la garganta y en el corazón.
Algo a lo que contribuye poderosa, definitivamente una apoteósica secuencia final con carruaje de caballos por medio y la desgarradora voz de fondo de Mahalia Jackson. Inmejorable y terrible colofón.
Y es que como tantas veces sucede, no hace falta el exabrupto, alzar la voz en exceso para que mensajes como el antirracista aquí expuesto, puedan llegar a calar hondamente en el espectador… y hablo en primera persona, claro.
Inapelable. Obra maestra.
José Luis Vázquez