Título original: The Lady Eve
Año: 1941
Duración: 94 min.
País: Estados Unidos
Director: Preston Sturges
Guión: Preston Sturges (Teatro: Monckton Hoffe)
Música: Leo Shuken & Charles Bradshaw
Fotografía: Victor Milner (B&W)
Reparto: Barbara Stanwyck, Henry Fonda, Charles Coburn, Eugene Pallette, William Demarest, Eric Blore, Melville Cooper, Martha O’Driscoll, Janet Beecher
Productora: Paramount Pictures
Género: Romance. Comedia | Comedia romántica. Comedia sofisticada
Sinopsis
Durante un viaje en un trasatlántico, Charles Pike, un soltero millonario experto en serpientes que vuelve de la jungla, se enamora de Jean Harrington, una jugadora profesional que, junto con su padre, hace trampas con las cartas. Jean, que también se ha enamora de Charlie, decide abandonar el juego pero, cuando Charlie se entera de cuál es su medio de vida, rompe su compromiso con ella. Jean, dolida, intenta vengarse. La oportunidad se presenta cuando Los Harrington se encuentran con un estafador amigo suyo. Entonces Jean decide hacerse pasar por su sobrina: Lady Eve Sidwich. Charlie conoce en una fiesta a Lady Eve y queda anonadado por su parecido con Jean. (FILMAFFINITY)
Comentario
El genial y relativamente fugaz especialista en comedia Preston Sturges, rueda 7 obras maestras, las 7 primeras de su filmografía, desde que debuta en 1940 con EL GRAN McGINTY, inaugurando una tendencia que a partir de aquí será habitual, la del guionista que pasa a dirigir sus propios textos, hasta 1944, cuando comienza su relativo declive, que tan solo se prolongaría en cinco títulos más diseminados a través del tiempo (hasta 1955, cuyo último trabajo, LOS CARNETS DEL MAYOR THOMPSON, lo firma ya bajo pabellón francés) y en los que mostraría todavía algunas excelencias de sus dotes.
LAS TRES NOCHES DE EVA es una de las más destacadas y obligada referencia cuando se aborda el género durante la década de los años 40, tal vez la más gloriosa de la historia del cine en este apartado. Figura entre otros dos hitos, con los que probablemente forme la Santísima Trinidad creativa de su carrera, la imprescindible LOS VIAJES DE SULLIVAN y la delirante UN MARIDO RICO.
Poseída de ese alocado espíritu que embargaba a los mejores exponentes de la “screwball comedy”, vuelve a regalarnos uno de esos poderosos personajes femeninos con iniciativa que jalonaron su filmografía, Jane Harrington. Y quién mejor para encarnarlo o representarlo que la sensacional Barbara Stanwyck, capaz de ser de lo más sensual y seductora (al respecto: dos secuencias se llevan la palma) sin ser nunca una top venusiana, divertida, ingeniosa, pícara, capaz de pasar en un plis de la más absoluta frialdad a la mayor de las ternuras. Para la época, sus escenas de sugerido “sexo” tuvieron que resultar de lo más atrevidillas.
Sobre todo, es una cautivadora comedia sofisticada, de un particular romanticismo sobre falsas identidades (o verdaderas) que navega, indistintamente, por mares mordaces, ácidos y encantadores.
La cosa va de estafadores, millonarios especialistas en ofidios y chicas de un irresistible encare. De nuevo pone en solfa a la burguesía y a la alta sociedad. El matrimonio vuelve a estar contemplado como un asunto lucrativo y también lo contrario.
Es una historia circular, de repeticiones en la que dos zancadillas suponen toda una declaración de principios.
De memorables diálogos y secuencias brillantísimas. Recuerdo en este momento una partida de cartas en un trasatlántico, un imposible desayuno de un tal señor Pike o esos antológicos caídones casi consecutivos de Fonda en casa de sus padres.
Presten también atención a una cena que bien pudiera haberla tenido en cuenta el mismísimo Blake Edwards de EL GUATEQUE para otra antológica de similares características.
No me extraña que fuera nominada al Oscar al mejor guión original, porque su texto, principal especialidad de Sturges, es francamente de división de honor. De nuevo, la “guerra de sexos” con esos ya mencionados toques de crítica social, vuelve a ser su fundamento principal.
Hablando de Fonda, si inicialmente no hubiera pudiera parecerlo, se acaba revelando como el más adecuado para interpretar a ese panoli sometido a los deseos y caprichos de Stanwyck.
Imposible no reparar igualmente en esa interminable pléyade de maravillosos secundarios encabezados por un deslumbrante Charles Coburn como ese pícaro y truhán coronel Harrington o por un divertidísimo William Demarest.
Algunas variaciones de EL BARBERO DE SEVILLA rossiniano ponen elegante toque musical a su desarrollo.
Sensacional, arrasadora de principio a fin.
José Luis Vázquez