Título original: The Philadelphia Story
Año:1940
Duración: 112 min.
País: Estados Unidos
Director: George Cukor
Guión: Donald Ogden Stewart & Waldo Salt (Teatro: Philip Barry)
Música: Franz Waxman
Fotografía: Joseph Ruttenberg (B&W)
Reparto: Cary Grant, Katharine Hepburn, James Stewart, Ruth Hussey, John Howard,Roland Young, John Halliday, Mary Nash, Virginia Weidler, Henry Daniell, Lionel Pape, Rex Evans
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer (MGM); Productor: Joseph L. Mankiewicz
Género: Comedia. Romance | Comedia romántica. Comedia sofisticada. Bodas
Sinopsis
La mansión de los Lord se prepara para celebrar la segunda boda de Tracy Lord (Katharine Hepburn) con el rico George Kittredge (John Howard). Para inmortalizar los festejos una pareja de periodistas, Macauley Connor (James Stewart) y Elizabeth Imbrie (Ruth Hussey), son invitados especialmente por C.K. Dexter Haven (Cary Grant), el primer marido de Tracy. (FILMAFFINITY).
Comentario
Este pasado 2015 se cumplieron los 75 años de existencia de una de las comedias más memorables, elegantes, divertidas, inteligentes, refinadas y disfrutables de la historia del Séptimo Arte: HISTORIAS DE FILADELFIA, o lo que es prácticamente lo mismo en inglés, THE PHILADELPHIA STORY.
Supondría la tercera, fructífera y última colaboración, tras LA GRAN AVENTURA DE SILIVA y VIVIR PARA GOZAR, del exquisito cineasta George Cukor con el mítico Cary Grant (ese inefable C. K. Dexter Haven) y la no menos mítica Katharine Hepburn. Con esta prolongaría su relación en otros tres títulos, pero ya formando tándem con la pareja sentimental de ella, Spencer Tracy. Serían LA LLAMA SAGRADA, LA COSTILLA DE ADÁN y LA IMPETUOSA. Ahí es nada.
Pero me falta un tercer e indispensable componente del trío interpretativo protagonista, el también no menos mítico y sensacional James Stewart, que precisamente conseguiría por su interpretación el Oscar al mejor actor, como el periodista entrometido, en todos los sentidos, en la pareja Hepburn-Grant.
En la química entre director y actores estriba una de las grandes bazas de esta impecable producción Metro. Pero no solamente ello, el guión de los especialistas Donald Ogden Stewart y Waldo Salt, sobre una previa y brillante obra teatral de Philip Barry que había sido estrenada en Broadway tan solo un año antes, resultaría fundamental.
Ambos guionistas hilvanan una trama en la que el enredo con clase, la réplica contundente, el ritmo por momentos enloquecido, acaban constituyendo sus principales mimbres. Bien podría ser considerado una variante de LA FIERECILLA DOMADA de William Shakespeare, llevado a ambientes de elevado nivel social –una mansión señorial- y durante el curso de 24 moviditas e intensas horas, durante las cuales todo es susceptible de cambio, rumbo, amaño o confusión en cualquier instant.
Y todo ello rociado intermitente con permanente chispa, con burbujas y champagne, tanto en su sentido más literal como en el más bullente y creativo.
No me resulta fácil establecer lo que la hace tan diferente a tantos otros exponentes con una línea argumental parecida. Lo anteriormente comentado me parecen motivos más que suficientes, pero supongo que es una de esas ocasiones en las que los intervinientes, todos los componentes de su elenco se encuentran tocados, inspirados por un estado de gracia, tal como ha sucedido en otras cuantas ocasiones.
Desde el primer momento que la descubrí, a una tierna edad, me acompañan permanente varias de sus secuencias, la del comienzo por ejemplo, ese desplante de la pareja, con empujón incluido en el quicio de la puerta, o esa inolvidable borrachera de Hepburn-Stewart con éste entonando la melodía de EL MAGO DE OZ.
Aparte de la estatuilla al larguirucho actor, la película conseguiría cinco nominaciones más en un año en el que competían “nimiedades” como LAS UVAS DE LA IRA, EL GRAN DICTADOR o REBECA. Fue un taquillazo en el momento de su estreno, algo inhabitual en la carrera de Hepburn, la cual era considerada veneno para la taquilla.
Pero ella fue la impulsora de este proyecto, la que apostaría desde el primer momento por el proyecto, la que impondría elegir director, guionista y compañeros de reparto. Y quién afirmó, desconozco si con guasa o dicho en serio, “me acosté con Howard Hughes para conseguir sacar adelante esta película; era un hombre brillante y acostarse con él fue un gran placer, aunque el placer de poseer HISTORIAS DE FILADELFIA fue aún mayor”. En Hollywood, ya saben, más en el de aquélla época, todo es posible, la mayor de las mentiras o la más sorprendente de las verdades. Pero si el resultado acaba siendo una maravilla como ésta, doy por bien empleada cualquier opción.
José Luis Vázquez