Título original: Boy on a Dolphin
Año: 1957
Duración: 111 min.
País: Estados Unidos
Director: Jean Negulesco
Guión: Ivan Moffat, Dwight Taylor (Novela: David Divine)
Música: Hugo Friedhofer
Fotografía: Milton Krasner
Reparto: Alan Ladd, Clifton Webb, Sophia Loren, Alex Minotis, Jorge Mistral, Laurence Naismith, Piero Giagnoni, Gertrude Flynn
Productora: 20th Century Fox
Sinopsis
Fedra, una joven pescadora de esponjas del mar Egeo, descubre una estatua que representa a un niño cabalgando sobre un delfín.
Comentario:
Los que sean habituales de mis críticas de cine, por escasos que sean, sabrán de mi veleidad, siempre sincera, no lo duden, de calificar a la par obras maestras incontestables como CIUDADANO KANE, CENTAUROS DEL DESIERTO, AMANECER, LADRÓN DE BICICLETAS o EL APARTAMENTO, con otras películas muchísimo menos prestigiosas, más ligeras, menos livianas, de menor enjundia. La explicación es sencilla, todas ellas me satisfacen por igual en registros diferentes. Y tan importante son para mí éstas más escapistas como las de mayor fuste intelectual
Reza todo este prólogo para justificar la máxima puntuación otorgada a esta evasiva, turística, envolvente, luminosa, elegantemente carnal y placentera producción Fox de 1957, con la que puede, pese a que los cambios experimentados en las últimas décadas resultan notorios, que les entren unas ganas irrefrenables de organizar alguna excursión a Grecia. A la Acrópolis ateniense, o a las islas de Rodas y Mikonos, escenarios naturales en los cuales transcurrió este rodaje.
Este marco ambiental acoge una historia de aventuras marinas, amorosas y arqueológicas, simple, sencilla, pero de lo más efectiva, acerca de lugareñas de sugestivos nombres de tragedia (Fedra), rubiales y maduritos busca tesoros norteamericanos, espabilados críos y pocos escrupulosos coleccionistas de arte.
Las primeras están inmejorablemente encarnadas por una rotunda, exuberante, rompedora Sofía Loren, en el que constituyera su debut en la industria hollywoodense. Los segundos por apuestos gringos de tamaño escaso, algo que acabaría resultando traumático a la hora de juntarlo con tan grandota actriz (para disimular su minúscula estructura respecto a Loren, jamás figuran ambos en plano general o se tira de trucos de perspectiva para camuflar la desproporción). Los terceros fueron representados por el vivaz chaval Piero Giagnoni.
Y los cuartos por el refinado y extraordinario Clifton Webb, el mítico Waldo Lydecker de LAURA, la niñera MR. BELVEDERE de tres títulos o el decadente Elliott Templeton de EL FILO DE LA NAVAJA en versión de 1946. Cuando llegó a este proyecto, ya había trabajado con el mismo director, Jean Negulesco, en la deliciosa CREEMOS EN EL AMOR (THREE COINS IN THE FOUNTAIN), aquella vez con la eterna Roma como marco ambiental.
No quisiera olvidarme tampoco de la sustanciosa presencia del español Jorge Mistral en un papel con texto o de Alexis Minotis, el fascinante sumo sacerdote de TIERRA DE FARAONES.
Volviendo a Negulesco, cineasta estadounidense de origen rumano que acabaría en su retiro profesional viviendo y falleciendo –a los 93 años- en Marbella, informarles que procedía del mundo de la pintura y del diseño, de ahí que una de sus características más distintivas y apreciables fueran la refulgente paleta de colores que solía emplear o los brillantes encuadres o composiciones de los que solía hacer gala. Cuenta en su filmografía con muchos trabajos memorables, desde LA MÁSCARA DE DIMITRIOS hasta EL PARADOR DEL CAMINO, pasando por la oscarizada BELINDA, DE AMOR TAMBIÉN SE MUERE (HUMORESQUE) o la primera versión del HUNDIMIENTO DEL TITANIC.
Fue el primero en rodar en cinemascope, COMO CASARSE CON UN MILLONARIO con Marilyn Monroe, aunque finalmente se (le) adelantara el estreno de LA TÚNICA SAGRADA.
Tras ese grato y gentil estilo marca de la casa, tras esa ligereza narrativa tan atractiva de digerir que solía exhibir, nos descubre la belleza de la vida, de unos entornos idílicos, la sensualidad empapada de una vitalista pescadora de esponjas del Egeo o el contagioso folklore del lugar.
Momentos como la subida al monasterio o ese otro humidificador, con una afrodita revivida surgiendo de las aguas con el vestido empapado y pegado a la piel, son de un atractivo y una belleza plástica difíciles de olvidar. Envueltos en ese cinemascope del que tanto partido extrajera para marcar las líneas del horizonte y los movimientos de los actores.
El prólogo ya pone en situación, con una preciosa canción y una música de inconfundible sabor étnico, fijando a los personajes en sus marcas. El compositor, Hugo Friedhofer, sería merecidamente nominado al Oscar.
No busquen especiales complicaciones dramáticas o sociales, pues todo ello es laminado a favor de un espectáculo colorista y vistoso. Sinceramente, lo agradezco.
El título original, BOY ON A DOLPHIN (NIÑO SOBRE EL DELFÍN), hace alusión a la estatua en bronce sumergida y codiciada por los principales peones puestos en liza.
Soy consciente que ni mucho menos es un peliculón o una obra maestra, pero es de esas tantas –la mayoría de la edad dorada del cine made in USA- que nunca me canso de contemplar en cualquier circunstancia, lugar o estado de ánimo.
De lo más apropiada para ser vista en período estival. Muy refrescante.
José Luis Vázquez