Título original: Pride and Prejudice
Año: 1940
Duración: 117 min.
País: Estados Unidos
Director: Robert Z. Leonard
Guión: Jane Murfin, Aldous Huxley (Novela: Jane Austen)
Música: Herbert Stothart
Fotografía: Karl Freund (B&W)
Reparto: Greer Garson, Laurence Olivier, Mary Boland, Edna May Oliver, Maureen O’Sullivan, Ann Rutherford, Frieda Inescort, Edmund Gwenn, Karen Morley,Heather Angel, Marsha Hunt, Bruce Lester, Edward Ashley
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer
Género: Romance. Drama | Drama romántico. Siglo XIX
Sinopsis
Elizabeth (Greer Garson) es una de las 5 hermanas Bennet, que están deseando casarse. Darcy (Lawrence Olivier) es un joven apuesto que se instala en una finca cercana y hace latir los corazones de todas las chicas. De todas menos en el caso de Elizabeth, con la que desde el primer encuentro se lleva fatal. Este será el inicio de una historia basada en la lucha discreta y elegante de orgullo y prejuicio, de percepción y realidad, de perdón y de amor. (FILMAFFINITY)
Comentario
Fue la primera versión hollywoodiense de una novela de la célebre escritora británica Jane Austen, en concreto de ORGULLO Y PREJUICIO, su verdadero título original. La primera vez también que se adaptaba a la gran pantalla las peripecias y aventuras sentimentales de las cinco hermanas Bennett. No se volvería a reparar en la misma hasta 2005, con la respetable aportación de Joe Wright protagonizada por una adecuada Keira Knightley entre otras. En cualquier caso, como suelo decir habitualmente, quienes la hayan leído previamente lo mejor que pueden hacer ante su contemplación es olvidar lo máximo posible la impresión causada. Esta no es que sea otra historia pero si otra manera de ser narrada y condensada.
A título anecdótico, destacar que el primero en reparar en su potencial cinematográfico fue el hermano “mudo” de los Marx, Harpo, tras asistir a una representación escénica en Filadelfia encabezada por Helen Jerome. El entusiasmo generado provocó que contactara con Irving Thalberg, el cual se puso inmediatamente manos a la obra para su realización, con la inicial intención de que fuera protagonizada por su esposa, la eximia Norma Shearer. Lamentablemente, el rodaje tuvo que ser retrasado cuatro años por el prematuro fallecimiento del mítico productor.
Todo el “glamour” de la Metro Goldwyn Mayer, que se agolpaba por toneladas en la fecha de su gestación (1940), fue puesto al servicio de una producción exuberante y que hoy en día continúa destilando idéntico encanto y fascinación que los provocados en el momento de su estreno, un más que considerable éxito comercial y artístico de la industria.
Ambientalmente tal vez no presente la fidelidad meticulosa de la que suele hacer gala el cine británico en detrimento muchas veces de la agilidad del relato, pero a cambio apabulla por su despliegue de decorados, de vestuario, de dirección artística vaya. De hecho el único Oscar obtenido se debe a este apartado, fue a parar al maestro en esta especialidad Cedric Gibbons y a Paul Groesse. Ambos recogerían con escrupulosidad y mucha vistosidad el tiempo de su autora, plena época georgiana.
El director Robert Z. Leonard, un todoterreno de la fábrica de las estrellas, llevó a cabo un trabajo repleto de sensibilidad, primoroso en lo referido a otorgarle a cada personaje su oportunidad de lucimiento e imprimiendo tal viveza y donosura a su cámara que puede que les resulte casi imposible sustraerse a su ritmo y a sus elaboradas, recargadas, bellas imágenes.
Y si ya tengo que centrarme en su reparto (un Laurence Olivier como el apuesto Darcy en plenitud de facultades en el mismo año que protagonizaó REBECA y poco antes de su esplendoroso HAMLET, una Greer Garson en gran dama como siempre que salía a cualquier tipo de escena, una radiante y todavía juvenil Maureen O´Hara en plena fiebre tarzanesca o un Edmund Gwenn ya venerable 16 años antes de que aterrizase en España para dar vida al entrañable sabio de CALABUCH… y así hasta el infinito y más allá) es lo que faltaba para acabar de poner la guinda de total distinción al asunto.
Estamos ante un impecable, casi inmejorable, ejemplo de cine de gran estudio. Ante una elegantísima, refinada comedia de costumbres rebosante en romanticismo evocador, cuyos puntos de inflexión dentro de un tono deliciosamente contenido son permanentes a lo largo y ancho de sus 117 minutos de metraje.
De las que no permiten distraerse ni un solo instante por la cantidad de situaciones y diálogos que pasan en cada uno de sus planos o secuencias.
José Luis Vázquez