Título original: Vertigo
Año: 1958 Duración: 120 min.
País: Estados Unidos
Director: Alfred Hitchcock Guión: Alec Coppel, Samuel Taylor (Novela: Pierre Boileau, Thomas Narcejac)
Música: Bernard Herrmann
Fotografía: Robert Burks
Reparto:James Stewart, Kim Novak, Henry Jones, Barbara Bel Geddes, Tom Helmore,Raymond Bailey, Ellen Corby, Lee Patrick
Productora: Paramount Pictures
Género:Intriga | Drama psicológico. Thriller psicológico. Película de culto
Sinopsis
Scottie Fergusson (James Stewart) es un detective de la policía de San Francisco que padece de vértigo. Cuando un compañero cae al vacío desde una cornisa mientras persiguen a un delincuente, Scottie decide retirarse. Gavin Elster (Tom Helmore), un viejo amigo del colegio, lo contrata para que vigile a su esposa Madeleine (Kim Novak), una bella mujer que está obsesionada con su pasado.
Comentario
Generalmente suelo ponerme a escribir las críticas acompañado de un par de diccionarios y de la impagable red informativa proporcionada por Google, pero puesto que VÉRTIGO es una película de las de toda la vida y de la que nunca había reseñado nada, voy a hacer un ejercicio cada vez más arriesgado según voy cumpliendo años, como es el de tirar de una cada vez más frágil memoria. Por otra parte, acaba resultando de lo más selectivo y esclarecedor, pues queda lo que verdaderamente sale a la superficie, lo perdurable.
Y con la perspectiva que da los –más o menos- treinta y cinco años de su primer visionado, será ésta una buena prueba para saber lo que queda.
Pero esto es, ante y sobre todo para un devorador de las mismas, una imponente, adictiva, turbia, enfermiza, necrófila, arrasadora, cautivadora, hipnótica historia de amor (y también, fundamental, de deseo), la entablada entre un detective y la destinataria de sus pesquisas. Ella es una rutilante, hermosísima, fascinante Kim Novak. Él, James Stewart, siempre constituyó una garantía de naturalidad, seguridad, aplomo hasta en sus dudas y certezas, credibilidad, de los más grandes vamos que hayan interpretado jamás delante de cámaras. Forman una pareja única y el gordinflón y perverso mago del suspense les proporcionaría una secuencia alto voltaje a todos los niveles, un travelling circular más allá de cualquier explicación racional.
Hay más movimientos de filigrana, alguno creado para la ocasión, como esa mezcla también de travelling y grúa para mostrar el vértigo, la acrofofobia, que invade al protagonista tras un prólogo trágico y que ya mete en situación, en permanente inquietud in crescendo.
Los momentos apacibles entre Stewart y Bel Geddes suelen ser un preludio de la inquietud, la zozobra, el desasosiego que vendrá a continuación.
Además, tangencialmente, constituye toda una declaración, un poema a San Francisco. A sus muelles, Sausalito, el Golden Gate, esa parte de colonización española, las cuestas, esas centenarias, más bien ancestrales sequoias…
Por ahí pululan esos seres al límite de sus emociones. Obsesivos, intrigantes, malsanos, anómalos y enloquecidos en lo que al corazón se refiere.
Y luego está esa banda sonora de efectos inescrutablemente misteriosos y lisérgicos debida al impagable colaborador de Hitch, al –se agotan los adjetivos- imprescindible Bernard Herrman.
La belleza proporcionada por el maestro resulta cegadora, sus refulgentes colores, esos rojos intensos entremezclados con algún verde o más bien azulones irreales, emborrachan y casi traspasan la pantalla, gracias también en muy buena parte a un trabajo impecable, espectral a la luz del día, de Robert Burke.
La intriga psicológica prende desde el mismo inicio, agarra por el cuello y no te suelta. Es inevitable que genere sentimientos de ensoñación y también de desolación, de inevitable pérdida, de amor en su estado más “fou”, más interiormente salvaje. ¿Es misógina como es su autor? Que cada uno extraiga sus propias conclusiones.
Imprescindible. Mi favorita de Hitchcock en un competido pugilato con PSICOSIS. Aunque resulta atrevido elegir una sola de sus películas, pues a cada nuevo visionado de tantas otras, van cambiando las preferencias.
José Luis Vázquez